Sor Kinga, carmelita que murió joven y vivió lo esencial: «Que Dios se sienta libre de actuar en mí»
Sor Kinga de la Transfiguración encontró la clave de la vida cristiana y la uso en práctica: «Lo importante no es sentirme libre, sino que Dios sea libre de poder actuar en mí como le plazca».
Subida al Cielo con solo 36 años el 24 de agosto de 2009, sor Kinga de la Transfiguración es una poderosa luz en la oscuridad.
A los jóvenes de hoy ésta carmelita les anuncia que sólo se puede gozar plenamente en Dios y contra todo modernismo les muestra la maravilla de la vida consagrada.
Mientras, a los cristianos de cualquier época les recuerda que amar significa ofrecer la vida en sacrificio, puesto que sólo en el Crucificado se realiza la Salvación y es a través de la Cruz como se llega a la Vida Eterna. Costanza Signorelli le ha consagrado un artículo en La Nuova Bussola Quotidiana:
Sor Kinga de la Transfiguración (1973-2009), en el siglo Judit Buki, carmelita húngara muerta en olor de santidad.
La monja que rompe la oscuridad moderna con la luz de Cristo
No es fácil hablar sobre un alma. Especialmente si Dios ha depositado en ella Sus secretos, cumpliendo generosamente Sus maravillas. Y, sobre todo, si este alma pertenece a una carmelita descalza, muerta en olor de santidad con solo 36 años.
Tal vez sería correcto partir de aquí: de la enfermedad que permitió a esta joven monja conformarse en todo y por todo a Su Esposo Crucificado, ofreciendo su vida como sacrificio agradable a Él. Pero algo sugiere que no es por aquí por donde tenemos que empezar: la vida de Kinga de la Transfiguración, en el siglo Judit Buki, hay que contemplarla desde el principio, es decir, en el corazón de Dios, donde esta historia de Amor fue pensada desde la eternidad.
Cualquiera que sea la humanidad que a ella se acerque, ciertamente Kinga la podrá consolar, fortalecer y enriquecer de dones. Pero dos son, en especial, las luces que esta jovencísima carmelita irradia y que, cándidamente, tienen el poder de rasgar las tinieblas del mundo actual.
Jóvenes, ¡venid al Carmelo!
¿Se puede ser jóvenes de hoy en día y vivir en plenitud entre los muros de un monasterio? Dios, a través de esta pobre treintañera de nuestros días, acaba con todo modernismo que considere la vida monástica como algo absurdo, fuera de su tiempo. Al contrario: la extraordinaria existencia de Kinga es una invitación a los jóvenes como ella para que, vacíos y necesitados de todo, no se conformen con el mundo, sino que rompan de verdad los esquemas siguiendo al Señor, el Único que da la felicidad sin fecha de caducidad, el gozo ilimitado, la Vida Eterna.
Non mi sono tirata indietro [No me eché atrás] es el diario de Sor Kinga.
En el diario que escribe por orden de su priora, durante la fase terminal de su enfermedad, Kinga narra poco de su vida antes de la clausura, lo esencial. Nacida en 1973 en Budapest (Hungría), Judit Buki crece en una familia numerosa, muy pobre, pero dotada de una fe simple y sólida. Transcurre una infancia y una juventud normales, pero no exentas de sufrimiento, sobre todo -dice ella- a causa de su carácter "sumamente sensible y cerrado", que durante años la llevó a ver la vida como "una carga continua".
Teniendo como cómplices una película que vio "por casualidad" sobre la vida de Edith Stein y un retiro espiritual no esperado, guiado por un padre carmelita, lo cierto es que la vida de Judit cambiará para siempre: "Me di cuenta de que Dios es una persona capaz de amar, con la que se puede entrar en relación no sólo de manera abstracta, sino realmente; comprendí que Él tiene en sus manos mi destino, que me ama por como soy, que su amor es tierno y fuerte, capaz de hacerme feliz y de llenar totalmente mi vida, como la más ardiente pasión".
Completamente capturada por el Amor de Dios, la joven, de repente, sintió en la profundidad de su ser la llamada al Carmelo. Incluso sin saber cómo ni por qué, está muy decidida en su intención, que, gracias a Dios, encuentra confirmación en la realidad: "¡Qué bellos fueron aquellos meses! Percibía que la intimidad con Jesús se intensificaba y sentir que le pertenecía me daba una gran seguridad. Era la mística del compromiso la que definía, en esos días, mi vida espiritual... Mi vida había cambiado radicalmente. A menudo me despertaba llena de alegría ante el solo pensamiento de que se me había ofrecido la posibilidad de entrar en una relación con Dios cada vez más profunda. Si antes la vida no era más que una carga para mí, ¡ahora había encontrado su sentido! Parece banal, casi algo corriente, pero todo se estaba arreglando en mi interior. ¿El sentido de la vida? ¡Dios! Dios en persona. Su persona".
Después de un periodo de espera bastante largo, en el que tuvo algunas pruebas y también alguna que otra gracia, Judit finalmente puede cruzar el umbral del Carmelo de Magyarszek, al sur de Hungría, para un primer contacto: "Mi sentí como en casa al instante, inconsciente y un poco agitada como quien se enamora por primera vez, aunque sí es cierto que no era mi modo de ser; pero me superaba la felicidad de estar allí". Más grande todavía fue la excitación de la entonces veinteañera cuando obtuvo el permiso para quedarse en el monasterio durante un mes, de prueba: "¿Qué decir de ese mes? –cuenta- Era más feliz de lo que hubiera imaginado nuca, llena de alegría; seguramente hice algunas locuras que las hermanas no vieron con buenos ojos. Ellas eran amables y buenas y yo fui a parar a una comunidad sumamente bella. Estaba lista para todo, no importaba si la comunidad era joven o vieja, pequeña o grande, alegre u oscura. Disfrutaba cada momento, todo me parecía bien y todo me daba alegría".
Profesión solemne de Sor Kinga.
Un día llegó el momento tan ansiado y Judit, acompañada por su madre, llorosa, y por su hermano, entra definitivamente en el monasterio: "Mi vida empieza aquí. No solo como carmelita: nazco ahora con todo mi ser. Y desde este momento puedo hablar por fin de las cosas más importantes... Tú me has llamado, ¡heme aquí!".
Cristianos, es decir, todos consagrados a Dios
La vida de Kinga no habla sólo a los religiosos, al contrario: la luz que ella lleva se refleja sobre todos aquellos que pretenden acercarse a Dios en la oscuridad de nuestros días. Desde el mismo Carmelo, ella nos demuestra cómo la vida monástica es un modelo excepcional para cualquier hombre, cualquiera que sea su vocación en particular. Así: la libertad como obediencia, la oración como motor de la acción, la regla de vida fundada en la liturgia, el constante abandono a la Voluntad de Dios… son los faros que iluminan la vida de monjas y monjes, así como la de cualquier cristiano que quiere amar al Señor con todo su corazón.
"En ese tiempo, y durante varios años –nos cuenta Kinga–, me interesó la cuestión de la libertad. Aspiraba a la verdadera libertad interior y no sabía cómo alcanzarla. Librarme del mal y hacer el bien. El padre László me enseñó un concepto que ha modificado radicalmente mi punto de vista: lo importante no es sentirme libre, sino que Dios sea libre de poder actuar en mí como le plazca". Gracias a este descubrimiento se abrió ante Kinga un nuevo mundo. "Mi atención –explicará– se había apartado definitivamente de mí y de mis pequeños conflictos para dirigirse a Dios".
Pero aún más radical es su conversación cuando comprende que la libertad está en la completa obediencia a Dios dentro de las circunstancias del vivir cotidiano. Son los deliciosos melocotones de Pécs los que se lo hacen comprender con gran concreción, sin medios términos: "Había llegado hacía dos o tres días [al Carmelo]. Había melocotones como postre, pero tenía muchas ganas de sustituir a la persona que servía, porque siempre he considerado servir en la mesa uno de los trabajos más bonitos. Soy muy lenta comiendo, por lo que tuve que dejar la fruta y levantarme. Pero esto no es lo importante: después de la cena, sor Élisabeth [la Priora] me llamó a la cocina para explicarme que ya no me pertenecía a mí misma, que no tenía que decidir sobre qué necesitaba o no, y que comerme la fruta era obligatorio, quisiera o no. Era responsabilidad de los demás ocuparse de lo que yo necesitaba. Ya no me pertenecía y no podía tomar decisiones autónomas. En ese momento me quedó claro que ya no me pertenecía y que tenía que someterme totalmente, con todas mis faltas, a la obediencia. Tal vez no me expreso bien, pero la lucha interior por digerir y compartir lo que había escuchado duró una semana".
Con algunas de sus compañeras de convento, la primera por la derecha en la foto.
En ese camino de total obediencia hacia la libertad, que es Dios, Kinga se aferra con fuerza a los sacramentos, a la oración y a las reglas que articulan la vida de clausura: "Dos horas al día de oración; el recreo; el tiempo de descanso y de compartir; la oración común: El Oficio Divino; el Studium". Pasa todo su tiempo al servicio de las hermanas y de la comunidad. Pero, sobre todo, aprende a abandonarse totalmente a Dios y Su Voluntad: "Es importante abandonarse a Dios, a Dios que es una persona, con la cual puedo caminar, a la que puedo conocer a partir de la Sagrada Escritura y por los acontecimientos de mi vida, como también a través del encuentro personal con Él. Eso basta. Es lo que considero lo más importante. Sin este abandono no habría vida monástica. Hace falta volver incesantemente a este camino, porque es fácil coger esto o aquello y decir «lo necesito para ser feliz…». ¡Fe, fe!”.
Amar significa ofrecer toda la vida
Abandonarse a Dios, en la vida particular de esta alma predilecta, significará aceptar el dolor y la enfermedad: primero en la forma de una patología del sistema inmunitario con un mal pronóstico, y después con cáncer de mama. Significará aceptar la llegada de la muerte a una edad muy joven. Significará sacrificar todo de sí, hasta la propia vida.
Empieza así un calvario dentro y fuera de los hospitales, con duros ciclos y tratamientos que se hacen cada vez más dolorosos. Un día, Kinga es ingresada por enésima vez: tiene que someterse a una transfusión que la tendrá inmóvil en la cama durante horas. Es un momento particularmente difícil para la monja. Pero, de repente, cuenta Kinga, "en esa soledad y en esa oscuridad sin fin, ¡Él llegó! Me abrazó con Su presencia y Su presencia me trajo una gran luz. No había pasado nada, pero de repente Jesús estaba ahí, no había hospital, vías, compañeros de habitación, sólo Jesús y yo. Y finalmente lo supe: ¡Es a Él a quien pertenezco!". Es un hecho que se repetirá y que cambiará profundamente la relación de Kinga con su dolor y con su Señor.
En 2006 a Sor Kinga le diagnosticaron un cáncer.
La joven carmelita llegó así a entender desde lo más hondo que no es su empeño, no son sus esfuerzos y tampoco su voluntad de ir al Señor, sino que es sólo el Amor de Dios lo que cumple todo: "No fui yo quien eligió esta ofrenda, sino que se me pidió y me he esforzado en acoger esta petición. El me llamó al Carmelo, Él me eligió, Él me pidió que le entregara mi vida. (…) Dulce Señor, no sé que hacer, ¿cómo podría cambiar mi corazón? ¿No hay nada más que pueda hacer además de ofrecer mi vida a la comunidad? No puedo hacer más: acepta mi vida por ellas, por mis hermanas, por su salvación, por las que les seguirán, ¡por los que confían en nosotros!".
Y sólo ahora, en este momento, podemos acercarnos a la Kinga definitiva. La Kinga que sube al Calvario con Jesús, la Kinga que, junto a Él, es izada en la Cruz y se queda ahí cuando se cumplen las tres de la tarde. Es así como la ofrenda de su vida a Dios, se convierte en Dios que se ofrece a ella, haciéndola penetrar en Su mismo Misterio, transformándola en Él. Transfigurándola.
Kinga de la Transfiguración nace en el Cielo el 24 de agosto de 2009, con 36 años. Y lleva grabadas en el corazón estas palabras que tanto amaba:
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa.
Sólo Dios no cambia,
la paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
Sólo Dios basta.
Santa Teresa de Jesús
Traducción de Elena Faccia Serrano.
Fuente: Religión en Libertad