EFE
Primera declaración pública del Papa Francisco tras el fallecimiento del Papa emérito Benedicto XVI
Por la tarde del sábado 31 de diciembre de 2022, el Papa Francisco, sentado frente al altar mayor, ofició en el templo vaticano las conocidas como primeras vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, un acto solemne en el que se entona el Te Deum en agradecimiento por el año que acaba
Durante la homilía, centrada en la gentileza como virtud cívica, quiso aludir al Papa emérito y dijo:
«Hablando de la gentileza, el pensamiento va espontáneamente al queridísimo Papa emérito, Benedicto XVI, que esta mañana nos ha dejado.Benedicto XVI falleció por la mañana del sábado 31 de diciembre. Fue el mismo Papa Francisco quien dio a conocer el estado grave de salud del papa emérito en la audiencia general del miércoles 28 de diciembre.
Con conmoción recordamos su persona así de noble, así de gentil.
Y sentimos en el corazón tanta gratitud: gratitud a Dios por haberlo dado a la Iglesia y al mundo.
Gratitud a él por todo el bien que ha realizado; sobre todo por su testimonio de fe y de oración, especialmente en estos últimos años de vida retirada. Sólo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión y de sus sacrificios ofrecidos en bien de la Iglesia».
Misa de Funerales del Papa emérito Benedicto XVI
5 de enero de 2023El Papa Francisco presidió la Misa del funeral del Papa Emérito Benedicto XVI este 5 de enero en la plaza San Pedro del Vaticano ante miles de fieles procedentes de diferentes partes del mundo.
“Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”, dijo el Santo Padre.
A continuación, la homilía que pronunció el Papa Francisco:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Son las últimas palabras que el Señor pronunció en la cruz; su último suspiro —podríamos decir— capaz de confirmar lo que selló toda su vida: un continuo entregarse en las manos de su Padre. Manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y bendición que lo impulsaron a entregarse también en las manos de sus hermanos.
El Señor, abierto a las historias que encontraba en el camino, se dejó cincelar por la voluntad de Dios, cargando sobre sus hombros todas las consecuencias y dificultades del Evangelio, hasta ver sus manos llagadas por amor: «Aquí están mis manos» (Jn 20,27), le dijo a Tomás, y lo dice a cada uno de nosotros. Mira mis manos. Manos llagadas que salen al encuentro y no cesan de ofrecerse para que conozcamos el amor que Dios nos tiene y creamos en él (cf. 1 Jn 4,16).[1]
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» es la invitación y el programa de vida que inspira y quiere moldear como un alfarero (cf. Is 29,16) el corazón del pastor, hasta que latan en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2, 5).Entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo, que nace por haber acogido un don totalmente gratuito: “Tú me perteneces... tú les perteneces”, susurra el Señor; “tú estás bajo la protección de mis manos, bajo la protección de mi corazón. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas”.[2] Es la condescendencia de Dios y su cercanía, capaz de ponerse en las manos frágiles de sus discípulos para alimentar a su pueblo y decir con Él: tomen y coman, tomen y beban, esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes (cf. Lc 22,19).
Entrega orante que se forja y acrisola silenciosamente entre las encrucijadas y contradicciones que el pastor debe afrontar (cf. 1 P 1,6-7) y la confiada invitación a apacentar el rebaño (cf. Jn 21,17). Como el Maestro, lleva sobre sus hombros el cansancio de la intercesión y el desgaste de la unción por su pueblo, especialmente allí donde la bondad está en lucha y sus hermanos ven peligrar su dignidad (cf. Hb 5,7-9). En este encuentro de intercesión donde el Señor va gestando esa mansedumbre capaz de comprender, recibir, esperar y apostar más allá de las incomprensiones que esto puede generar.Fecundidad invisible e inaferrable, que nace de saber en qué manos se ha puesto la confianza (cf. 2 Tm 1,12). Confianza orante y adoradora, capaz de interpretar las acciones del pastor y ajustar su corazón y sus decisiones a los tiempos de Dios (cf. Jn 21,18): «Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia».[3]
Y también en la entrega sostenida por la consolación del Espíritu, que lo espera siempre en la misión: en la búsqueda apasionada por comunicar la hermosura y la alegría el Evangelio (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 57), en el testimonio fecundo de aquellos que, como María, permanecen de muchas maneras al pie de la cruz, en esa dolorosa pero recia paz que no agrede ni avasalla; y en la obstinada pero paciente esperanza en que el Señor cumplirá su promesa, como lo había prometido a nuestros padres y a su descendencia por siempre (cf. Lc 1,54-55).
También nosotros, aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante su vida (cf. Mt 25,6-7).
San Gregorio Magno, al finalizar la Regla pastoral, invitaba y exhortaba a un amigo a ofrecerle esta compañía espiritual, y dice así: «En medio de las tempestades de mi vida, me alienta la confianza de que tú me mantendrás a flote en la tabla de tus oraciones, y que, si el peso de mis faltas me abaja y humilla, tú me prestarás el auxilio de tus méritos para levantarme». Es la conciencia del Pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado.[4] Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor.
Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años. Queremos decir juntos: “Padre, en tus manos encomendamos su espíritu”.
Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz.
[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1.
[2] Cf. Íd., Homilía en la Misa Crismal, 13 de abril de 2006.
[3] Íd., Homilía en la Misa de inicio del pontificado, 24 de abril de 2005.
El ataúd fue llevado por 12 “sediarios”, los portadores de las antiguas Sillas Gestatorias y los fieles en la plaza de San Pedro saludaron con un fuerte aplauso.
Antes de entrar en la basílica, el papa Francisco que presidió el funeral se detuvo de pie algunos minutos delante del féretro y puso su mano sobre él.
Las dos plegarias fueron pronunciadas por el Santo Padre en latín.
A continuación, publicamos la traducción de cada oración:
“Queridos hermanos y hermanas, en la celebración de los santos misterios hemos abierto la mente y el corazón a la feliz esperanza: con la misma confianza damos el último saludo y confiamos a Dios, Padre misericordioso y grande en el amor, al Papa Emérito Benedicto.El Dios de nuestros Padres, por medio de Jesucristo, su único Hijo, en el Espíritu Santo, que es Señor y da la vida, conceda al Pontífice Emérito Benedicto, rescatado de la muerte, de alabarlo en la Jerusalén celeste, en espera que su cuerpo mortal resucite en el último día.Que la Bendita Virgen María, Reina de los Apóstoles y Salvación del pueblo romano, interceda ante el Eterno, para que muestre el rostro de su Hijo Jesús al Papa Emérito Benedicto, y consuele a la Iglesia, que peregrina en el tiempo, espera la venida del Señor”.
Finalmente, el Papa Francisco recitó:
“Padre clementísimo, confiamos a tu misericordia al Papa Emérito Benedicto que tú has constituido sucesor de Pedro y pastor de la Iglesia, anunciador intrépido de tu palabra y fiel dispensador de los divinos misterios.Admítelo, te rogamos, en el santuario del cielo, para que goce de la gloria eterna con todos tus elegidos.Te damos gracias, Señor por todos los beneficios que en tu bondad le has concedido para el bien de tu pueblo. Danos el consuelo de la fe y la fuerza de la esperanza.A ti, Padre, fuente de vida, en el Espíritu vivificador, por Cristo, vencedor de la muerte, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
Los cerca 130 cardenales que asistieron al funeral también entraron en la basílica para el saludo final mientras sonaron las campanas de San Pedro.
En la plaza de San Pedro, algunos fieles sostuvieron en una gran pancarta en la que se leía “Santo Subito” (santo ya), la petición que también resonó con fuerza durante el funeral de Juan Pablo II
Así fue sepultado Benedicto XVI en el Vaticano
La procesión con el féretro pasó por delante de la tumba del Apóstol y llegó hasta el lugar de la sepultura.
El féretro de madera de ciprés fué precintado con cintas rojas, en la que se pusieron los sellos de la Cámara Apostólica, de la Prefectura de la Casa Pontificia, de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del papa y del Capítulo Vaticano.
La caja de ciprés fué encajada en otra de zinc de cuatro milímetros de espesor, a su vez encajada en otra de madera de olmo barnizada.
Sobre esta última colocaron un sencillo crucifijo y el escudo del pontífice difunto, y una sencilla lápida, en la que está escrito en latín el nombre del papa y las fechas de nacimiento y muerte, y que cubrirá el enterramiento.
Según la praxis, en la ceremonia que se celebró de manera privada y ante los más cercanos al pontífice, un notario del Capítulo de la Basílica Vaticana redactó el acta de la sepultura y la leyó ante los presentes.
Fue el mismo Joseph Ratzinger quien dejó como última voluntad ser enterrado en la pequeña capilla de las cripta vaticana, donde estuvo la tumba ed Juan Pablo II antes de que en 2011 se trasladase a la parte superior de la basílica para su beatificación y posterior canonización.
Benedicto XVI descansará así a pocos metros de la tumba del Apóstol Pedro, al lado de la tumba de Pablo VI y frente a la de Juan Pablo I. EFE
El ataúd de Benedicto XVI, trasladado a la cripta vaticana para su sepultura
El Papa Emérito Benedicto XVI ya ha sido sepultado en el Vaticano, en la misma tumba donde reposaron originalmente los restos de San Juan Pablo II.
Luego de la Misa de funeral presidida por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro, el ataúd fue llevado a las Grutas vaticanas, ubicadas debajo de la Basílica de San Pedro.
El cuerpo de Benedicto XVI fue depositado en el triple ataúd tradicional para los Papas: uno de madera de ciprés, otro de zinc y el tercero de roble.
En la sepultura participaron varias decenas de personas, entre quienes se encontraba el Arzobispo alemán Georg Gänswein, quien fue secretario personal de Benedicto XVI.
En el ataúd del fallecido Papa Emérito se colocó anoche el Rogito, un texto en latín sobre la vida de Benedicto XVI.
Según la tradición, también se colocaron en el ataúd las medallas y monedas acuñadas durante el pontificado de Benedicto XVI.