«Mi fe no podía depender de si mis hijos se salvaban o no»
En primera persona
Luis y Almudena están casados y viven en Pamplona. En una revisión rutinaria, la ginecóloga detectó una anomalía. A la semana siguiente repitió la ecografía y se le cambió la cara: tenían que marcharse a Barcelona inmediatamente. Así comienza una historia de incertidumbres, amistades y mucha fe en Dios.
Un matrimonio, gemelos y una historia de incertidumbres, amistades y mucha fe en Dios.
Una alegría por partida doble
Luis Esteban y Almudena son dos madrileños que se casaron en julio de 2021. Actualmente viven en Pamplona. Luis tiene 33 años, es ingeniero; su mujer, Almudena, 29, es doctora en filosofía y trabaja como profesora de secundaria.
A los meses de casarse Almudena se quedó embarazada, ¡estaban felices! Y la alegría “se duplicó” en la segunda ecografía: ¡venían dos, tenían gemelos! Luis recuerda ese día como si fuera ayer. Estaban en el médico. Le iban a hacer la segunda ecografía a su mujer. Mientras esperaban su turno para entrar a la consulta, le llamaron por teléfono del trabajo. Y en éstas, les avisaron que pasaran. Él se quedó fuera unos minutos atendiendo la llamada, y cuando entró, le dieron la noticia...
Luis explica lo que sintió en ese momento: “¡Es como si de pronto te llaman y te dicen que te ha tocado la lotería! Es algo que nunca te esperas, para lo que no te preparas. De pronto te encuentras con la noticia y ya está. ¡Es una auténtica pasada!, pero también es algo que te deja en shock”.
Enseguida llamaron a familiares y amigos más cercanos para compartir la noticia.
El primer problema
Las semanas posteriores transcurrieron con normalidad. Hasta que a los pocos meses, en una revisión rutinaria, la ginecóloga detectó una anomalía. Vio cierta diferencia de líquidos entre las bolsas, por lo que les citó a la semana siguiente para repetir la ecografía y hacer un estudio más exhaustivo.
Almudena no se inquietó lo más mínimo, es más, ese fin de semana se fue de curso de retiro como tenía previsto. Luis tampoco, pero ya en casa, cuando estaba solo, hizo lo que dicen que no hay que hacer: buscar en internet las implicaciones de la posible anomalía que podían tener, y tecleó en Google “transfusión feto fetal”. En ese momento entró en pánico. Pero luego se tranquilizó a sí mismo diciéndose que no siguiera leyendo, que se estaba obsesionando, que los médicos tenían que hacer más pruebas y que quizás no era nada.
El diagnóstico se confirma
Pasó el fin de semana y llegó la revisión. A la ginecóloga se le cambió la cara al ver la ecografía y les mandó a Barcelona inmediatamente. Sus sospechas se habían confirmado, estaban ante un caso de transfusión feto fetal. Esta anomalía consiste en un desajuste en la placenta que hace que a uno de los fetos le entre más líquido amniótico que el que debería, y al otro, menos. Uno cae por defecto y otro por exceso; si no se corrige pueden llegar a morir los dos o a tener serios problemas de salud de por vida. Lo habitual en estos casos es operar intrauterinamente para separar la placenta en dos y corregir este desajuste.
En ese momento pasaron “de una razonable prudencia de estar estudiando la posibilidad de que hubiese un problema, a tener el problema encima, en toda su crudeza y de forma muy temprana”, recuerda Luis. Tenían que irse esa misma tarde al hospital de referencia especializado en ese área, que estaba en Barcelona, para operarse cuanto antes, porque si no, perdían al más pequeño.
Una alegría por partida doble
Luis Esteban y Almudena son dos madrileños que se casaron en julio de 2021. Actualmente viven en Pamplona. Luis tiene 33 años, es ingeniero; su mujer, Almudena, 29, es doctora en filosofía y trabaja como profesora de secundaria.
A los meses de casarse Almudena se quedó embarazada, ¡estaban felices! Y la alegría “se duplicó” en la segunda ecografía: ¡venían dos, tenían gemelos! Luis recuerda ese día como si fuera ayer. Estaban en el médico. Le iban a hacer la segunda ecografía a su mujer. Mientras esperaban su turno para entrar a la consulta, le llamaron por teléfono del trabajo. Y en éstas, les avisaron que pasaran. Él se quedó fuera unos minutos atendiendo la llamada, y cuando entró, le dieron la noticia...
Luis explica lo que sintió en ese momento: “¡Es como si de pronto te llaman y te dicen que te ha tocado la lotería! Es algo que nunca te esperas, para lo que no te preparas. De pronto te encuentras con la noticia y ya está. ¡Es una auténtica pasada!, pero también es algo que te deja en shock”.
Enseguida llamaron a familiares y amigos más cercanos para compartir la noticia.
El primer problema
Las semanas posteriores transcurrieron con normalidad. Hasta que a los pocos meses, en una revisión rutinaria, la ginecóloga detectó una anomalía. Vio cierta diferencia de líquidos entre las bolsas, por lo que les citó a la semana siguiente para repetir la ecografía y hacer un estudio más exhaustivo.
Almudena no se inquietó lo más mínimo, es más, ese fin de semana se fue de curso de retiro como tenía previsto. Luis tampoco, pero ya en casa, cuando estaba solo, hizo lo que dicen que no hay que hacer: buscar en internet las implicaciones de la posible anomalía que podían tener, y tecleó en Google “transfusión feto fetal”. En ese momento entró en pánico. Pero luego se tranquilizó a sí mismo diciéndose que no siguiera leyendo, que se estaba obsesionando, que los médicos tenían que hacer más pruebas y que quizás no era nada.
El diagnóstico se confirma
Pasó el fin de semana y llegó la revisión. A la ginecóloga se le cambió la cara al ver la ecografía y les mandó a Barcelona inmediatamente. Sus sospechas se habían confirmado, estaban ante un caso de transfusión feto fetal. Esta anomalía consiste en un desajuste en la placenta que hace que a uno de los fetos le entre más líquido amniótico que el que debería, y al otro, menos. Uno cae por defecto y otro por exceso; si no se corrige pueden llegar a morir los dos o a tener serios problemas de salud de por vida. Lo habitual en estos casos es operar intrauterinamente para separar la placenta en dos y corregir este desajuste.
En ese momento pasaron “de una razonable prudencia de estar estudiando la posibilidad de que hubiese un problema, a tener el problema encima, en toda su crudeza y de forma muy temprana”, recuerda Luis. Tenían que irse esa misma tarde al hospital de referencia especializado en ese área, que estaba en Barcelona, para operarse cuanto antes, porque si no, perdían al más pequeño.
Al salir del hospital, hicieron las maletas y se fueron en coche rumbo a Barcelona llenos de dudas y de preguntas, de inquietudes y sobre todo, de mucho miedo. Luis creó una lista de difusión de Whatsapp para informar a sus familiares y amigos de la situación y pedirles oraciones.
Los gemelos, a los dos meses.
Rumbo a Barcelona
Por el camino iban poniéndose en lo peor, pensando en qué harían si llegaba el momento y los médicos les sugerían, por ejemplo, cortar el cordón umbilical del más débil para intentar salvar al otro, porque era una de las situaciones que se les podía presentar. Querían tener claras sus respuestas y su postura, porque luego todo transcurre muy rápido. Si de algo estaban seguros es de que querían hacer todo lo posible por sacar adelante a sus dos hijos, y que no podían elegir entre la vida de uno o la del otro. Al fin y al cabo eran padres de los dos, y de la misma forma que pelearían por sacarlos adelante si ya nacidos se pusieran enfermos, proporcionándoles alimento, medicinas y cariño, lo harían ahora, en el vientre materno.
Luis pensaba en voz alta y le decía a Almu: “Imagínate que hacemos eso y cortamos el cordón umbilical del más débil para asegurar que así sobrevive al menos uno de los dos. Cuando pase el tiempo, ¿cómo le explico yo a ese hijo que corté el cordón umbilical de su hermano para que viviera él? ¿Por qué él? ¿Y si hubiera sido al revés, y si él hubiera sido el más débil?”. Plantearlo así les daba una gran paz a pesar de la crudeza de apostar por todos o ninguno. Les dejaba claro los parámetros en los que se iban a mover, y en esos parámetros, a pesar de la incertidumbre y el sufrimiento, estaban en paz. Ellos no podían elegir, la vida es sagrada y hay que pelear por ella.
Almudena pensaba: “Los médicos hablan de porcentajes, de probabilidades, pero no dejan de ser eso, datos numéricos que pueden o no cumplirse y nadie tiene la certeza de lo que va a ocurrir. Si a uno le dan un 77 % de probabilidades de que viva y al otro un 5 %, ¡nadie puede asegurar que el del 5 % no lo va a conseguir! Hay que agarrarse a eso, a que ahí hay vida, y seguir luchando por ella”, como así fue.
Demasiado prematuros para someterlos a la cirugía
Ya en Barcelona les explicaron con detalle el problema. Se encontraron con un equipo médico excelente, tanto humana como profesionalmente. Y en ningún momento les plantearon esa opción temida. Los médicos iban a pelear por sacar adelante a los dos. Sin embargo no podían operar todavía, era demasiado temprano y entrañaba demasiados riesgos.
Debían volver a Pamplona, someterse a controles cada dos días en el hospital a la espera de ver la evolución y aguantar todo el tiempo que pudieran hasta que llegara el momento de operar. Las instrucciones para Almudena fueron reposo relativo, silla de ruedas, no coger peso, no hacer esfuerzos y andar lo mínimo, de ahora en adelante, hasta el final del embarazo. Y a pesar de ser una mujer muy activa e independiente, así lo hizo sin perder la sonrisa.
A las dos semanas estaban de vuelta a Barcelona para la intervención quirúrgica, que fue todo un éxito. Y volvieron de nuevo a Pamplona.
Rumbo a Barcelona
Por el camino iban poniéndose en lo peor, pensando en qué harían si llegaba el momento y los médicos les sugerían, por ejemplo, cortar el cordón umbilical del más débil para intentar salvar al otro, porque era una de las situaciones que se les podía presentar. Querían tener claras sus respuestas y su postura, porque luego todo transcurre muy rápido. Si de algo estaban seguros es de que querían hacer todo lo posible por sacar adelante a sus dos hijos, y que no podían elegir entre la vida de uno o la del otro. Al fin y al cabo eran padres de los dos, y de la misma forma que pelearían por sacarlos adelante si ya nacidos se pusieran enfermos, proporcionándoles alimento, medicinas y cariño, lo harían ahora, en el vientre materno.
Luis pensaba en voz alta y le decía a Almu: “Imagínate que hacemos eso y cortamos el cordón umbilical del más débil para asegurar que así sobrevive al menos uno de los dos. Cuando pase el tiempo, ¿cómo le explico yo a ese hijo que corté el cordón umbilical de su hermano para que viviera él? ¿Por qué él? ¿Y si hubiera sido al revés, y si él hubiera sido el más débil?”. Plantearlo así les daba una gran paz a pesar de la crudeza de apostar por todos o ninguno. Les dejaba claro los parámetros en los que se iban a mover, y en esos parámetros, a pesar de la incertidumbre y el sufrimiento, estaban en paz. Ellos no podían elegir, la vida es sagrada y hay que pelear por ella.
Almudena pensaba: “Los médicos hablan de porcentajes, de probabilidades, pero no dejan de ser eso, datos numéricos que pueden o no cumplirse y nadie tiene la certeza de lo que va a ocurrir. Si a uno le dan un 77 % de probabilidades de que viva y al otro un 5 %, ¡nadie puede asegurar que el del 5 % no lo va a conseguir! Hay que agarrarse a eso, a que ahí hay vida, y seguir luchando por ella”, como así fue.
Demasiado prematuros para someterlos a la cirugía
Ya en Barcelona les explicaron con detalle el problema. Se encontraron con un equipo médico excelente, tanto humana como profesionalmente. Y en ningún momento les plantearon esa opción temida. Los médicos iban a pelear por sacar adelante a los dos. Sin embargo no podían operar todavía, era demasiado temprano y entrañaba demasiados riesgos.
Debían volver a Pamplona, someterse a controles cada dos días en el hospital a la espera de ver la evolución y aguantar todo el tiempo que pudieran hasta que llegara el momento de operar. Las instrucciones para Almudena fueron reposo relativo, silla de ruedas, no coger peso, no hacer esfuerzos y andar lo mínimo, de ahora en adelante, hasta el final del embarazo. Y a pesar de ser una mujer muy activa e independiente, así lo hizo sin perder la sonrisa.
A las dos semanas estaban de vuelta a Barcelona para la intervención quirúrgica, que fue todo un éxito. Y volvieron de nuevo a Pamplona.
El pozo y cómo salieron de él
Parecía que habían dejado atrás el peligro, pero la calma les duró poco. En la primera ecografía de control tras la operación, ven en el monitor que ¡las bolsas se han desinflado! Para Luis y Almudena ese fue el peor momento de todos, de pasarlo mal, de llorar, de no entender. Luis sintió que se caía en un pozo. Un pozo del que no hubiera logrado salir sin estos tres puntos de apoyo: su familia, sus amigos y Dios.
Esa tarde Luis se fue a llorar con el sacerdote del Opus Dei con el que hablaba de forma regular. Recuerda experimentar una gran paz después de esa conversación, en la que se sintió comprendido, apoyado y alentado a no quitar los ojos de la Cruz.
Si pudieron sobrellevar esta situación es porque tenían una familia y amigos que les estaban acompañando con su cariño, su oración y cercanía, junto con el apoyo en todo momento de las personas de la Obra -su otra familia, ya que ambos son supernumerarios-, que les ayudaron a afrontar las cosas con la gravedad que tenían, pero con serenidad. En ellos, de alguna forma, tocaron a Dios.
Luis no pedía un milagro porque en un momento dado entendió que había un plan de Dios, que él desconocía, pero que consistía en procurar dar testimonio. Desconocía cuál de los dos sería, porque podía ser dar un testimonio de vida, de padres con dos hijos, de familia unida, de familia cristiana; o un testimonio de un matrimonio que ha hecho todo lo que tenía a su alcance para salvar a sus hijos, que ha rezado, que los ha puesto en manos de Dios y que por algo que se les escapa, por algún motivo no ha podido ser, no han salido adelante.
Su fe no podía depender de que sus hijos se salvaran o no. Si sus hijos no salían adelante, ¿iba a dejar de creer en Dios? ¿Dios solo es bueno cuando pasan las cosas que uno quiere? Si no, ¿ya no es bueno? Él claro que quería que vivieran y rezaba también por ello, pero se centró en pedir otra cosa: pedía aceptar la voluntad de Dios. Una voluntad que podía no ser entendida, como la cruz, y si se daba ese caso pedía que ambos tuvieran la fortaleza de poder llevarla. Pedía que si sus hijos vivían ellos fueron unos buenos padres para ellos; y que si sus hijos morían, fueran capaces de seguir dando ese testimonio de fe y confianza en Dios, porque también entonces Dios seguiría siendo bueno, seguiría siendo un Padre que les quiere con locura y que no les deja.
Para Almudena supuso muchos cambios. No solo tuvo que dejar de trabajar, sino que también dependía de alguien que le empujara en la silla de ruedas para salir a la calle. Así que las otras supernumerarias de su centro se turnaban para acompañarla a Misa, distraerla con la guitarra, sacarla de casa, ir a tomar algo para que se ventilara… Al igual que sus amigos, que estuvieron en todo momento muy pendientes. Sus suegros también fueron un gran apoyo, mudándose a vivir con ellos para ayudarlos con las cosas de la casa.
Su meta era aguantar desde finales de abril hasta finales de agosto para no dar lugar a un parto demasiado prematuro. Y así fue. Desde la semana 18 hasta la 30 fue una batalla de resistencia que pasó de ser una situación mala a una evolución positiva. Cada semana que ganaban, era una victoria. Y esas bolsas desinfladas, terminaron hinchándose de nuevo. Los médicos, después, les confesaron que no daban ni un duro por los gemelos, que pensaban que no iban a sobrevivir. Y, ¡ahí están!
La cruz de los patucos y san Josemaría
Cuando empezaron las complicaciones en el embarazo, Luis y Almu pusieron unos patucos que les había regalado una de sus abuelas en la cruz de su dormitorio, a la que tantas veces miraban -al entrar y salir de su cuarto, al acostarse y al levantarse, etc.- uno en cada brazo del Señor crucificado. Era una industria humana, un recordatorio de que sus hijos no eran suyos, eran un don de Dios que ellos custodiaban, y estaban en sus manos.
Almudena empezó a acudir a la intercesión de san Josemaría con una petición muy ambiciosa. Al igual que Josemaría de pequeño tuvo un problema de salud por el que los médicos lo desahuciaron y sus padres lo ofrecieron a la Virgen de Torreciudad pidiendo su curación, se salvó y luego fue san Josemaría; ella le pedía por sus hijos, pero no sólo para que salieran adelante, sino para que si lo hacían fueran santos como él.
Parecía que habían dejado atrás el peligro, pero la calma les duró poco. En la primera ecografía de control tras la operación, ven en el monitor que ¡las bolsas se han desinflado! Para Luis y Almudena ese fue el peor momento de todos, de pasarlo mal, de llorar, de no entender. Luis sintió que se caía en un pozo. Un pozo del que no hubiera logrado salir sin estos tres puntos de apoyo: su familia, sus amigos y Dios.
Esa tarde Luis se fue a llorar con el sacerdote del Opus Dei con el que hablaba de forma regular. Recuerda experimentar una gran paz después de esa conversación, en la que se sintió comprendido, apoyado y alentado a no quitar los ojos de la Cruz.
Si pudieron sobrellevar esta situación es porque tenían una familia y amigos que les estaban acompañando con su cariño, su oración y cercanía, junto con el apoyo en todo momento de las personas de la Obra -su otra familia, ya que ambos son supernumerarios-, que les ayudaron a afrontar las cosas con la gravedad que tenían, pero con serenidad. En ellos, de alguna forma, tocaron a Dios.
Luis no pedía un milagro porque en un momento dado entendió que había un plan de Dios, que él desconocía, pero que consistía en procurar dar testimonio. Desconocía cuál de los dos sería, porque podía ser dar un testimonio de vida, de padres con dos hijos, de familia unida, de familia cristiana; o un testimonio de un matrimonio que ha hecho todo lo que tenía a su alcance para salvar a sus hijos, que ha rezado, que los ha puesto en manos de Dios y que por algo que se les escapa, por algún motivo no ha podido ser, no han salido adelante.
Su fe no podía depender de que sus hijos se salvaran o no. Si sus hijos no salían adelante, ¿iba a dejar de creer en Dios? ¿Dios solo es bueno cuando pasan las cosas que uno quiere? Si no, ¿ya no es bueno? Él claro que quería que vivieran y rezaba también por ello, pero se centró en pedir otra cosa: pedía aceptar la voluntad de Dios. Una voluntad que podía no ser entendida, como la cruz, y si se daba ese caso pedía que ambos tuvieran la fortaleza de poder llevarla. Pedía que si sus hijos vivían ellos fueron unos buenos padres para ellos; y que si sus hijos morían, fueran capaces de seguir dando ese testimonio de fe y confianza en Dios, porque también entonces Dios seguiría siendo bueno, seguiría siendo un Padre que les quiere con locura y que no les deja.
Para Almudena supuso muchos cambios. No solo tuvo que dejar de trabajar, sino que también dependía de alguien que le empujara en la silla de ruedas para salir a la calle. Así que las otras supernumerarias de su centro se turnaban para acompañarla a Misa, distraerla con la guitarra, sacarla de casa, ir a tomar algo para que se ventilara… Al igual que sus amigos, que estuvieron en todo momento muy pendientes. Sus suegros también fueron un gran apoyo, mudándose a vivir con ellos para ayudarlos con las cosas de la casa.
Su meta era aguantar desde finales de abril hasta finales de agosto para no dar lugar a un parto demasiado prematuro. Y así fue. Desde la semana 18 hasta la 30 fue una batalla de resistencia que pasó de ser una situación mala a una evolución positiva. Cada semana que ganaban, era una victoria. Y esas bolsas desinfladas, terminaron hinchándose de nuevo. Los médicos, después, les confesaron que no daban ni un duro por los gemelos, que pensaban que no iban a sobrevivir. Y, ¡ahí están!
La cruz de los patucos y san Josemaría
Cuando empezaron las complicaciones en el embarazo, Luis y Almu pusieron unos patucos que les había regalado una de sus abuelas en la cruz de su dormitorio, a la que tantas veces miraban -al entrar y salir de su cuarto, al acostarse y al levantarse, etc.- uno en cada brazo del Señor crucificado. Era una industria humana, un recordatorio de que sus hijos no eran suyos, eran un don de Dios que ellos custodiaban, y estaban en sus manos.
Almudena empezó a acudir a la intercesión de san Josemaría con una petición muy ambiciosa. Al igual que Josemaría de pequeño tuvo un problema de salud por el que los médicos lo desahuciaron y sus padres lo ofrecieron a la Virgen de Torreciudad pidiendo su curación, se salvó y luego fue san Josemaría; ella le pedía por sus hijos, pero no sólo para que salieran adelante, sino para que si lo hacían fueran santos como él.
Si nuestros hijos están aquí es para hacer cosas grandes
Y llegó el día del parto programado por cesárea. Josetxo y Luisfer, contra todo pronóstico, vieron por primera vez el rostro de sus padres y sus padres, el suyo. Ese momento hizo que todo lo anterior hubiera valido la pena con creces.
¿Y cómo se han apañado siendo padres primerizos con dos niños a la vez? Pues como han podido, simplificándose mucho y yendo a lo importante. Con lo que han peleado y pasado con ellos durante el embarazo, pensando que los perdían, ¡lo demás es tan relativo…! Por eso probablemente no les han resultado tan pesadas las noches sin dormir dando biberones cada dos horas durante las primeras semanas para que ganaran peso, el cambiar pañales y poner lavadoras sin parar, los lloros desconsolados a las más diversas horas del día… y todo lo que un recién nacido necesita y reclama de cuidados materiales, pero por partida doble.
Luis y Almu tienen muy claro que si sus hijos están aquí, en este mundo, es para hacer cosas grandes, porque ha habido momentos en los que han estado más fuera de la ecuación que dentro. Verlos ahora, cada día que pasa, es un auténtico regalo.
Y llegó el día del parto programado por cesárea. Josetxo y Luisfer, contra todo pronóstico, vieron por primera vez el rostro de sus padres y sus padres, el suyo. Ese momento hizo que todo lo anterior hubiera valido la pena con creces.
¿Y cómo se han apañado siendo padres primerizos con dos niños a la vez? Pues como han podido, simplificándose mucho y yendo a lo importante. Con lo que han peleado y pasado con ellos durante el embarazo, pensando que los perdían, ¡lo demás es tan relativo…! Por eso probablemente no les han resultado tan pesadas las noches sin dormir dando biberones cada dos horas durante las primeras semanas para que ganaran peso, el cambiar pañales y poner lavadoras sin parar, los lloros desconsolados a las más diversas horas del día… y todo lo que un recién nacido necesita y reclama de cuidados materiales, pero por partida doble.
Luis y Almu tienen muy claro que si sus hijos están aquí, en este mundo, es para hacer cosas grandes, porque ha habido momentos en los que han estado más fuera de la ecuación que dentro. Verlos ahora, cada día que pasa, es un auténtico regalo.