Por Laura Aguilar Ramírez
Para: Puntadas de familia
Como cada año desde hace ya 18, me siento a escribir ésta reflexión.
Cada fin de año para mí es un limpiar el clóset, es sacar la ropa empolvada o enmohecida, sacarla a orear tendida en el tendedero. Es sacar ropa que aunque me gusta, no volveré a usar porque ya no me ajusta.
Es finalmente, un tiempo que disfruto mucho. La Navidad toma otro sentido: es encontrarme con Dios y verlo renacer en mi corazón.
Pero también es un tiempo en que mis ojos se llenan de lágrimas... que dejo correr libremente, sin tratar de detenerlas. Surgen recuerdos que me llenan de melancolía, pero ya sin dolor. De personas que ya no viven, pero que siguen vivas en mí. Me descubro sonriendo o llorando y sé que es una forma de comunicarme con Dios.
Surgen emociones dolorosas al ver tanto odio, guerra, personas sin hogar y sin rumbo yendo de un país a otro buscando algo que sin saber, llevan dentro de sí: Dios.
Y no puedo evitar recordar cuándo mi vida se transformó, el momento exacto en que Dios irrumpió en mi vida diciendo "Basta!!, Hasta cuando vas a seguir viviendo sin vivir?. Hasta cuándo vas a seguir haciendo lo que no deseas hacer?".
Puedo verlo claramente. Fué una luz que entró, que me condujo como a los pastores, como a los Reyes, fué un llamado a buscarlo y a encontrarlo.
Pero como nos dijo el Padre en la misa de ayer, último día del año, no es sencillo. Recordando a la Sagrada Familia, nos decía que siempre estuvieron en conflicto, que adonde llegaban, las cosas cambiaban y no eran aceptados.
Y es cierto: en Belén, no encontraron alojamiento y Jesús nació en un pesebre de piedra, duro y frío, cubierto sólo por los pañales con que la Virgen lo vistió. El Rey de la Gloria, nació indefenso, tanto que la Sagrada familia huyó porque Heródes quería matarlo. Pero no huyeron sin antes escuchar en el templo a donde habían acudido a presentar al Niño, por boca de un anciano, que estaba destinado a ser signo de contradicción y que a su Madre, una espada le atravesaría el corazón.
Después a su regreso a Nazaret y al ir a Jerusalen como era costumbre, el Niño se les perdió y vvieron tres días de pesar buscándolo. Lo encontraron en el templo.
Después aparece de nuevo el dolor: ya sin San José, la Virgen acude a una boda con su Hijo y escucha de sus labios: "Mujer, mi hora no ha llegado".
Y de nuevo, cuando corre a buscarlo junto con familiares, porque escucha que lo buscan acusándolo de blasfemo y escucha de sus labios: "Mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de Dios"
Y finalmente, lo encuentra de nuevo camino al Calvario, cargando una cruz, sus miradas se cruzan. Y la espada atravieza nuevamente su corazón de madre.
Si... la Sagrada familia no es como las familias actuales que pretenden erradicar el dolor de sus vidas, con divorcios y separaciones cuando el tedio llega. O cuando la pobreza acude.
Encontrar a Jesús tampoco fué para mí sencillo.
Pasé miedo como nunca lo había sentido. Mas que miedo, era pavor. Intenté suicidarme. Mi mundo tal como lo conocía dió un vuelco de 360 grados, personas que eran insustituibles para mí, desaparecieron de mi vista.
Sentí como si me dieran vuelta de adentro hacia afuera y mi interior quedó al desnudo, mi corazón, estómago, visceras, todo aquello que no conocemos y que pensamos es feo, sustituyó la piel hermosa y los razgos bellos. No fué agradable
Empecé a ver lo peor del mundo como nunca lo había visto. Empecé a ver personas capaces de vender a otros por dinero, de negar una ayuda atesorando lo que tenían. Personas que no prestan nada y menos regalan nada. El egoísmo como nunca lo había visto.
Me robaron, me insultaron, me agredieron como nunca nadie lo había hecho.
Pero enmedio de todo éso, encontré el mayor amor que ya no recordaba: un amor desinteresado, que se conmovió ante mi desamparo. Ni mi familia, ni mi esposo, ni mis hijos eran capaces de entenderme. Y un jovencito en aquel entonces, me tomó a su cuidado y no me soltó, a pesar de que muchos me llamaron loca.
Encontré personas que me aconsejaron tratando de que me adaptara a éste nuevo mundo. Encontré otras que me llevaron con pastores, con psicólogos tratando de ayudarme.
Y finalmente, regresé a la Iglesia a pedir perdón por haberme alejado, por mi cobardía. Poco a poco regresé a la vida. Para muchos, como una desconocida a pesar de haberme visto desde niña. Para otros, como alguien necesitada de todo: afecto y comprensión.
Asi es Jesús: transforma, limpia.
Muchas personas se alejaron de mí ante éste cambio. Viví momentos de soledad de la peor soledad, la del que está con personas, pero sóla.
Y la luz de Cristo ha ido llenando todas ésas oscuridades poco a poco. No volveré a ser la misma que muchos conocieron, pero seré la que Dios quiere que sea.
Este año agradezco tanto ver a mis seres queridos. Mi hijo se casó, gracias a Dios. A pesar de haber perdido la esperanza de que lo hiciera. He visto a mis sobrinos pasar momentos terribles de enfermedades que los tuvieron al borde de la muerte. He visto a mi hermana sobreponerse a años sin ver a sus hijos, trabajando para ayudarlos en ésos momentos.
He visto a mi hermano recuperarse de un divorcio doloroso, de casi perder la vista y la esperanza, al lado de una mujer amorosa.
Tengo la dicha de ver crecer a mi nieto junto a sus padres, abuelos y tíos, además de amigos en un mundo lejos de mí, pero cerca del amor.
Puedo hacer cosas que pensé no volvería a hacer: estar con personas sin criticarlas, sin tratar de cambiarlas, aceptandolas como son. Sabiendo que Cristo las llamará de maneras que sólo El sabe.
He vuelto a ser la niña confiada en Dios, la que le pedía a El.
Una niña que se perdió en la agitación de la adolescencia y que caminó después 20 años sin Dios. Y caminar sin Dios es caminar sin razón, sin guía.
Bueno... éso de caminar sin Dios es un decir. El siempre está, pero me negaba a escucharlo, porque hacerlo implica dejar de lado muchas cosas. En mi caso, mi lugar de orígen, familiares queridos, negocio, trabajo.
Cosas sin las cuales creí que no podría vivir. Y terminé descubriendo que sólo Dios basta.
Y que Dios sí tiene una casa: la Iglesia que Cristo formó. Y a la cual regresé finalmente para encontrar que Dios no me juzgaba, me perdonaba. Que Dios siempre había estado conmigo, pero yo lo ignoraba, no quería escucharlo porque no quería dejar todo aquello con lo que había intentado sustituirlo, sólo para sentirme aceptada.
Este año nacieron varios niños en la familia. Y como siempre, traen esperanza y paz adonde llegan. Pareciera que Dios insiste en nacer en donde más falta hace su presencia.
Que Dios nazca en tu corazón todos los días.
Este primer día del año, se bendicen 12 velas, las cuales se encienden una cada primer día de mes invocando a la Divina Providencia.
Dios sabe lo que necesitamos, pero también sabe que necesitamos pedirlo y por ello existen varias devociones como ésta.
Si olvidaste comprarlas, cada mes puedes comprar una y llevarla al templo a bendecir y a pedir a Dios su Providencia.
Otra bella tradición es la pedir la intercesión de un santo que quiera acompañarnos durante el año. Puedes leer de ella y dejar que un santo te elija para ser tu compañero AQUI
Este año es un santo mexicano el que me acompañará. El primer santo mexicano que me elige: San Jesús Méndez Montoya.
Es emocionante ir conociendo a nuestro santo amigo. Y ver cómo a lo largo del año, va ayudándonos.
Este es mi reflexión de Inicio de año. Más que buenos propósitos que difíclmente cumplo, me gusta pedir la ayuda de un santo y dejar que la voluntad de Dios se haga en mí.
El sabe cómo hacerme saber su voluntad.